La piel puede ser sensible al sol por diversos motivos: estar subdesarrollada (infancia), inflamada (dermatitis atópica o acné), presentar fotosensibilidad inducida por fármacos o por tratamientos dermatológicos, o simplemente ser una piel clara. En estos casos es vital utilizar protección con un factor de protección solar (SPF) adecuado para cada tipo de piel.
La sensibilidad a los efectos nocivos de la radiación ultravioleta es un aspecto heredable. Numerosos estudios a gran escala han identificado variaciones genéticas que potencian la sensibilidad al sol y la tendencia que tenemos a sufrir quemaduras (eritemas) solares.
Los genes relacionados con la pigmentación de la piel (ASIP, TYR, MC1R, and OCA2) y una baja facilidad de bronceado, son los que más influyen en la sensibilidad de nuestra piel al sol. Además, existe una fuerte asociación entre los genes de reparación del ADN y la tendencia a sufrir quemaduras solares. Estos genes no tienen relación con la facilidad de bronceado, por lo que hay un mecanismo subyacente a las quemaduras que es independiente de la pigmentación.